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martes, 22 de junio de 2010

DE PASEO CON LAGUÍA POR PUCELA (Por Bárbara Gutiérrez Teira)


En la década de los 80, cuando yo andaba por los 10 o 12 años, sólo había dos canales en la tele. El primer canal y el segundo canal que decíamos, lo que hoy es La1 y La2. Así que en esa época o te tragabas lo que hubiera o te ibas a jugar. En las sobremesas de verano había ciclismo, el Giro primero, que por aquel entonces todavía tenía algo de solera, el Tour, por supuesto, y la Vuelta. Y mientras esperábamos a que empezara la película de después de comer, con John Wayne como estrella recurrente, me tragaba el ciclismo que a mi padre y mis hermanos les gustaba ver. Era inevitable, pues, que después de tarde tras tarde viendo la misma historia no le cogiera cierto gusto a la cosa.

Aquella era la época de Perico Delgado, Marino Lejarreta, Laurent Fignon, Greg Lemond, Peio Ruiz Cabestany o Julián Gorospe. Miguel Induráin empezaba a asomar la chaveta, y Lance Armstrong todavía estaba con la cara llena de granos y haciendo sus pinitos en el triatlón.

Pero para mí sobre todo fue la época de José Luis Laguía.

No sé muy bien por qué, pero a mí me gustaba José Luis Laguía. YO IBA con José Luis Laguía. José Luis Laguía era del Reynolds, aunque luego cambió, pero en la época que yo le recuerdo era del Reynolds. Fue un ciclista que alcanzó varios logros, pero sobre todo, José Luis Laguía destacó por ser el Rey de la Montaña, consiguiendo el Gran Premio de la Montaña en varias ocasiones. Así que yo era super-fan de José Luis Laguía, y le defendía con los dientes porque era el mejor Rey de la Montaña, y además era del Reynolds, que tenía también a Perico, y Perico también era bueno, aunque no fuese el Rey de la Montaña, pero también me gustaba Perico que daba mucha guerra, pero sobre todo Laguía. El Rey, el Rey de la Montaña.

Mi afición a estos ciclistas y al Reynolds no se quedaba ahí. Por las tardes en el parque, en un trozo de tierra jugábamos a las chapas en un circuito improvisado con el canto de la mano poniéndonos el maillot de nuestro equipo con un papel pintado dentro de la chapa. El mío, por supuesto, de color azul y blanco, o a veces con puntitos rojos. Y por las noches, mientras todas las niñas intentaban dormirse pensando en ser princesas, yo soñaba con escalar el Angliru en un tet a tet con Laguía.

Los años pasaron y me fui haciendo mayor. Dejé de ver el ciclismo y empecé a leer el Super Pop, seguía bajando al parque, pero donde antes hacíamos circuitos ahora hacíamos otras cosas. Y cuando me iba a la cama, con el que hacía el tet a tet para dormirme no era precisamente Laguía. Sin embargo, el deporte nunca dejó de acompañarme de alguna forma u otra. Baloncesto, jogging (mejor aún no llamarle running), montaña, spinning... Y en todos estos años, siempre que veía a alguien con una bici de carretera no podía evitar quedarme mirándolo. Y siempre decía, “yo quiero hacer eso”... Pero nunca conocí a nadie que hiciera bici de carretera y alguna vez que miré en un escaparate se me saltaban las lágrimas de ver los precios que tenían. “¿La bici de carretera?” Me decían algunos, “eso es muy peligroso y tienes que tener un grupo de gente. Además a ti eso no te va a gustar, que la carretera es muy fea…” Los años pasaban y yo seguía viendo ciclistas, y cada vez que los veía decía, “yo quiero hacer eso”.

Resumiendo la historia, ya de mayorcita descubrí el duatlón y el triatlón, así que, por necesidad, que no por otra cosa, me tuve que comprar mi primera bici de carretera, una Scott de segunda mano de aluminio negra y roja que llegó por correo desde Tenerife por 500 euros, y a la que llamé Catalina, como la luna… Y Catalina no me decepcionó, fue todo lo que había soñado y más. Y desde el primer momento supe que no me había equivocado y que a mí eso, me iba a gustar.

Hoy, tres años después, las horas que paso encima de la bici superan las que entran dentro de lo razonable, y a Catalina la acompaña en el pasillo mi nueva Cervélo, que por cierto se llama Lorenzo, como el sol.


Catalina y yo, y últimamente más Lorenzo y yo, salimos a entrenar los fines de semana por la mañana. Pero hace un par de domingos mi plan de entreno decía, “Rodaje largo, 4 horas mínimo, por terreno variado para gastar todos los depósitos de glucógeno”. Llevaba varios días haciendo unos entrenos de mierda, había estado lloviendo toda la semana, estaba harta de series y entrenos, y mi motivación y mis ganas estaban por los suelos, así que me puse rebelde, y dije, que le den, hoy no entreno. Pero por la tarde salió un poco el sol, y Lorenzo me empezó a llamar. Así bajito, como tonteando, y pensé que si no le hacía caso me iba a estar dando la paliza toda la tarde, por lo que decidí que lo mejor era sacarle un rato de paseo. Ojo, de paseo que no a entrenar. Dije, muy bien, salimos, pero en plan tranqui, hasta donde apetezca, sin presión, sin mirar el crono, la velocidad, los kilómetros ni nada. A pasear la tarde de domingo. Y así salimos.

La tarde se había quedado estupenda. Había salido el sol, y hacía aire. O sea, lo normal. Como iba de paseo decidí explorar nuevas carreteras. Y Cuando llegué a Wamba tiré hacia Peñaflor de la Hornija, de ahí fui para La Espina y luego hasta Urueña. Y aunque ya me habían hablado de esta zona, la sorpresa ante lo que me encontré en mi recorrido fue monumental. Las interminables llanuras castellanas tenían ocultos en su profundidad unos paisajes de una belleza espectacular, que aquella tarde, con el sol escapándose entre las nubes y los colores que había creado una primavera poco común, se acrecentaron yo creo que para mi único deleite. Me impresionaron los encinares que atravesé antes de llegar a Urueña, el Valle de la Espina y los colores que esa tarde me había prestado. Me saludaron corzos, águilas calzadas, serpientes, y otros animales varios. En Urueña descubrí una biblioteca del tamaño de un pueblo y en la Espina me quise quedar. La ruta discurría además por un terreno en el que entre meseta y meseta había que enfrentarse a una subidita que hizo especialmente divertida la tarde.


Y en este paseo, de repente, mientras hacía una subida, tras muchos años, vino a mi memoria el recuerdo de José Luis Laguía. Me acordé de sus escaladas, de la montaña y de su maillot, me acordé del Reynolds, de las chapas y de los sueños de mi niñez. Y pensé que después de todo, los sueños se cumplen, porque aquí estaba yo, 25 años más tarde, en una bici de carretera, haciendo una ruta que al final pasó de los 100 km y consumió todo mi glucógeno, y disfrutando de todas y cada una de las pedaladas que estaba dando, sin importarme absolutamente nada más, con una sonrisa de oreja a oreja que fui incapaz de borrar en toda la tarde, ni al llegar a casa, ni al día siguiente en el trabajo. Cada subida, cada bajada, cada llano, viento a favor o viento en contra, los hice acompañada de este ciclista. Como en aquel tet a tet. Y cada pedalada que di, la di por este ciclista, que siendo aún muy pequeña despertó en mi un sueño que no han conseguido borrar ni el paso de los años, ni las negativas de la gente, ni el precio de las bicicletas, ni el Super Pop, ni los ligues, ni nada. Y en cada metro recorrido redescubrí por qué a mí me gusta la bici, o por qué me apasiona la bici, por qué soy capaz de pasar horas y horas pedaleando en soledad, por qué todos esto años miraba con envidia a aquellos ciclistas, y por qué he acabado a los 37 años haciendo rutas de más de 100 km encima de una cabra… Y es que para mí, no podría haber sido de otra forma. Porque una vez tuve un sueño, y los sueños sí se cumplen.

Va por Laguía.

7 comentarios:

Fer Panama dijo...

Fenomenal Escrito, enhorabuena ! ! !

De verdad que si andas en bici la mitad de lo bien que escribes debes ser una moto.

Muchas de las cosas que comentas es como si las estuviera viviendo, porque aunque con algo de distancia generacional, yo tengo 43 tacos, recuerdo perfectamente la época de Perico, Laguía, Gorospe, y demás gente del Reynolds. Y lo de las chapas no digamos, precisamente eso lo mencionaba yo en mi última entrada, y aunque era con relación a partidos de futbol, por supuesto también teniamos equipos de ciclismo, ya que el ciclismo era el deporte favorito de nosotros desde siempre.

Un abrazo y a seguir por esos parajes que tanto añoro, la verdad que es la soledad de los campos de Castilla uno se siente super especial.

Desde Panama
FER

Anónimo dijo...

Esa ruta que tú describes siempre ha sido mi preferida, la descubrí hace 27 años y desde entonces casi siempre que voy solo pedaleo por ahí. Apenas ha cambiado salvo el firme en algunos tramos, conserva buena parte del paisaje pero sin embargo con los años ha perdido a los rebaños que invariablemente te encontrabas casi en cada curva. Por cierto, yo siempre fuí de Marino Lejarreta, al que conocí el día que se presentó en su primer equipo de profesionales, el vallisoletano Moliner-Vereco. Era finales de 1978, yo tenía 10 años y...bueno,que tiempos. En otro rato LOS MAYORCITOS podríamos hablar de todas las llegadas de la vuelta a Valladolid, aquellas tardes en las que en el colegio o Instituto se asumía que no había clase para nadie. Hinault, Kuiper, Dejhonkere, criquielion, Fignon,Zoetemelk,Lemond....tantos y tantos a quienes hemos podido ver con los ojos como platos.

Saludos
PKT

Anónimo dijo...

Perdón por la equivocación, Marino y su hermano Ismael debutaron en el vallisoletano HELIOS-NOVOSTIL. La del también pucelano MOLINER-VERECO es otra historia que ya os contaré con mas tiempo.

Saludos de nuevo
PKT

argonauta dijo...

enhorabuena Bárbara; es una entrada genial; nos has recordado, a algunos, momentos entrañables, tanto por esa época del ciclismo que nos provoca nostalgia, como por la zona en que hemos salido en bici cientos de veces descubriendo parecidas sensaciones a las tuyas; admiro cómo lo describes, ojalá sigas dejando entradas... mucha suerte
-angel-

helsinki dijo...

Enhorabuena por el escrito, comparto con mi hermano Fer, que si andas en bici la mitad de bien que escribes, es para quitarse el sombrero. Es ilusionante ver que el tripi del que formamos parte en sus inicios, aún sigue funcionando, y por lo que se ve, con gente de categoría.
De las rutas pucelanas ¡qué recuerdos tan entrañables! La próxima vez que vayas por la zona, llegaté a Villagarcia y pide que te te enseñen el convento de los Jesuitas, te sorprenderá lo que hay allí escondido. Un beso desde O Barco (Orense).
Carlos Revuelta "Helsinki"

Anónimo dijo...

Muy emotivo tu comentario Bárbara. Yo también fui fan de Laguía y salía en bici por él. Ahora ya no voy tanto como antes, pero de vez en cuando aún me dan ganas de hacer un sprint en alguna cuesta. He perdido velocidad, claro. Que gran escalador era! Yo tampoco comprendo porqué él y no otro.
Saludos!
Enrique

Unknown dijo...

Ufff, menudo subidón de autoestima, ,muchas gracias Catalina!
Un poco tarde, lo sé.
Joselu

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