Según lo definen los diccionarios, el miedo es una emoción, un sentimiento que surge ante un posible peligro que puede ser real o imaginario, presente, pasado o futuro. Es la aprensión a que suceda algo contrario a lo que se desea. Teóricamente el miedo surge como una respuesta adaptativa para sobrevivir, pues gracias a él te pones en guardia, te proteges a ti mismo, te alejas de los peligros.
Como evidencian una gran cantidad de circunstancias y hechos, nuestra sociedad ha evolucionado mucho más rápido que lo que lo ha hecho nuestra respuesta física y psíquica. Esto lo que quiere decir es que mientras que nuestro cuerpo está hecho para aguantar las condiciones en las que vivían los primeros hombres hace millones de años, la sociedad y sus avances nos permiten vivir bajo una situación para la que no estamos preparados. Por ejemplo, vivimos hasta los 90 años gracias a los avances técnicos y a la mejora de calidad de vida que se ha logrado en apenas unos cientos de años, sin embargo nuestros cuerpos no están hechos para durar más de 40 o 50 años, siendo necesarios millones de años de evolución para que nuestros cuerpos se adapten a en las nuevas circunstancias. Eso es así desde el punto de vista físico (¿cuántas personas de más de 50 tienen una dentadura decente?), y también desde el psíquico. La mayor parte de nuestros comportamientos internos, de lo que nuestro subconsciente nos dicta, es heredado de aquellas épocas. Así cuando nuestros ancestros tenían que luchar contra animales descomunales, estar al tanto de sus depredadores, defender sus territorios, etc. el miedo era una poderosa arma de defensa y de autoprotección. Sin embargo, en nuestra sociedad el miedo ha pasado a tener un papel irrelevante para nuestra supervivencia en su sentido estricto. No lo necesitamos, pero no nos ha dado tiempo a evolucionar y quitárnoslo de encima, por lo que lo acarreamos con nosotros utilizándolo para sobrevivir de mala manera. De hecho, el miedo es una de las grandes enfermedades de esta sociedad.
Si volvemos a la definición inicial, el miedo surge ante un posible peligro que puede ser real o imaginario, presente, pasado o futuro. Y esto es lo interesante. Hace millones de años, el miedo era real, surgía por una situación de peligro real como podía ser un gran depredador. Hoy en día, el miedo ante la falta de peligros reales, busca sus peligros imaginarios, pasados o futuros para extenderse como una gran niebla por nuestro cerebro. Y es que no hay cosa más cierta como que el miedo sólo está en nuestra imaginación, en nuestra mente, y en la sociedad actual el efecto que tiene no es protegernos de los depredadores, sino pisotearlos. El miedo nos transforma de una manera tal, que sacamos lo peor de nosotros mismos cuando queremos lograr unos objetivos que dudamos de poder conseguir, o cuando no somos los mejores, o cuando no nos vemos capaces de dar lo que esta sociedad espera de nosotros. De esta forma define George Falconer (Colin Firth) el miedo en la película Un hombre soltero, como esa causa imaginaria que se utiliza como herramienta de manipulación, como gran excusa para las persecuciones. Nos sentimos vulnerables, atacados y nos defendemos, pero lo cierto es que lo único que nos ataca es el propio miedo y cuando ataca, nuestros actos, nuestras afirmaciones, nuestros pensamientos, están enfocados únicamente a satisfacerlo.
Así, tenemos miedo a perder el trabajo, miedo a no llegar a fin de mes, miedo a engordar, miedo a hacernos viejos, miedo a no ser lo que éramos, miedo a quedarnos solos, miedo a dar nuestras opiniones, miedo a querer demasiado, miedo a que nos quieran de más, miedo a ser honestos, miedo a no estar a la altura, miedo al qué dirán, miedo a perderlo todo, miedo a no ganar suficiente, miedo a lo diferente, miedo a lo desconocido, miedo al cambio, miedo a otras culturas, miedo a que nos juzguen, miedo a lo que puede llegar, miedo a no ser felices, miedo a que se acabe la felicidad, miedo a la gente diferente, miedo a lo inmenso, miedo a no llegar, miedo a la verdad, miedo a que nos mientan, miedo a no gustar, miedo a lo que pueda pasar, miedo a resultar inútiles, miedo a que nadie escuche nuestras opiniones... Y la cantidad de actos destructivos que salen de estos miedos es lo que da forma al gran vertedero de esta sociedad. Es entonces cuando somos cobardes, nos resignamos, somos falsos, lameculos, inmaduros, pringaos, manipuladores, amenazadores, desleales, innobles, hipócritas, tacaños, mentirosos, interesados y ruines. Y lo peor de todo, nos perdemos lo mejor de la vida, nos hacemos daño a nosotros mismos y casi siempre, a unos cuantos más.
Todos tenemos miedo en algún momento, las cosas como son, pero lo cierto es que hay gente especialmente cobarde. Y a mí los cobardes, los verdaderos cobardes, esos que los son la mayor parte del día, me repatean. Desgraciadamente últimamente proliferan como las setas. Los veo diariamente en los trabajos, gente mediocre que se convierte en trepas y ladillas, en los políticos, en los empresarios, en la gente de la calle que trata con desprecio a los demás, lo veo en gente que se cruza en mi vida, que no da la cara, que miente, que da la espalda a los demás, que huye, que se aprovecha de cualquier situación independientemente de las repercusiones... Y efectivamente, también lo veo en el deporte. En todos sus ámbitos, en el deporte en general y en el triatlón en particular, entre los profesionales y entre los aficionados.
En el triatlón he visto y he sufrido personalmente el miedo inocente del novato, ese que se te pone en las canillas antes de meterte al mar a nadar, los nervios previos a la competición, o el miedo al ridículo que te hace dudar de ir a una carrera. Pero ese miedo, a fin de cuentas, sólo nos afecta a nosotros mismos, es el miedo que, como decía antes, hace que te pierdas un poco la salsita de la vida. Cuánto más disfrutaríamos de nuestro deporte si simplemente nos lanzáramos a correr porque sí, nos apuntásemos a todo lo que nos apetece, y nos tiráramos a la piscina (o al mar) sólo para ver si podemos coger una ola.
Desgraciadamente, el miedo en el deporte va más allá. Como en cualquier trabajo los cobardes dejan que su miedo a no ser los mejores, a no hacer podio, a no tener más calidad de la que tienen de forma innata o a no ser la admiración de los seguidores, de las federaciones o de la gente de su club les convierta en deportistas lamentables. Ellos saben que no dan la talla, que no llegan donde quieren, son atletas prepotentes, competidores sucios que hacen trampas en una carrera sí y otra también, que chupan rueda cuando no pueden, que se dopan para hacer creer a los demás que son mejores de lo que son, que humillan a los que ganan y desprecian a los que les ganan, que buscan carreras fáciles para llenar su palmarés, triatletas aficionados que entrenan a escondidas de sus compañeros o que no les echan una mano cuando la necesitan. Se les llama deportistas por llamarlos de alguna manera, pero lo cierto es que esas actitudes son totalmente contrarias a la esencia del deporte.
Pero tampoco nos pongamos dramáticos, porque afortunadamente también hay gente valiente. Cuando somos valientes el miedo desaparece, esas circunstancias que parecían amenazantes son sólo una piedrita más en el camino, la perspectiva cambia, y la importancia de las cosas se relativiza, seguimos nuestro instinto, nuestro espíritu noble nos guía, y somos honestos, fuertes, inteligentes, con ideas y principios, leales, auténticos y en definitiva buena gente. Y si hay gente valiente, las buenas noticias son que en el deporte también se encuentran, y muchos. Atletas que luchan cada día por darlo todo, atletas que asumen lo que son y quiénes son, aunque el dinero no les llegue a fin de mes, atletas vencedores que aplauden a todos los que llegan detrás con verdadera emoción, o que se dan la vuelta para recibir al que viene detrás, ese gran deportista que se lo ha puesto difícil y que quien sabe, quizás el próximo día le gane a él. También son valientes los segundos que reconocen con nobleza la invencibilidad del primero. Y los últimos, que siempre son los últimos pero que nunca se rinden. Valientes son los que saben y admiten que ha llegado el final de su momento. Y hasta he visto a veces compañeros regalando puestos por ayudarse entre si. Sí, afortunadamente hay atletas valientes.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Los grandes lamas, budistas, pensadores de todos los tiempos y científicos han demostrado en repetidas ocasiones que todos los sentimientos, que las emociones, se pueden cambiar. De nosotros depende que una situación se haga adversa o simplemente sea una más. El problema, como dicen no está en la situación en sí, sino en cómo nos enfrentamos a ella. Tenemos la capacidad de deshacernos de nuestros miedos, de desvincularnos de esas situaciones perniciosas. Pero hay que aprender, llevamos millones de años de evolución a nuestras espaldas y pesan, pero eso no es excusa. En esa evolución nuestro cerebro se lo ha montado bien y va por delante de todos con mucha más fuerza. Y está demostrado que no hay absolutamente nada que nos propongamos que no podamos conseguir porque nuestro cerebro tiene la capacidad suficiente para lograrlo. Pero para ello se necesita voluntad, ganas y como siempre, una fuerte dosis de educación.
Yo a veces tengo miedo, incluso ahora mismo tengo miedo. Y a veces también sale el cobardón que llevo dentro pero hago por enfrentarme a él, unas veces con más éxito que otras. Y a la gente valiente que conozco, que son unos cuantos, me pego como una lapa para intentar aprender. Porque a mí esa es la gente que me gusta, para mí esa es la gente que vale, los fuertes, los valientes, los nobles. Y es que después de muchos años tengo que reconocerlo, soy una idealista de mierda.
4 comentarios:
Bárbara claramente está en el lado de los definidos como valientes.
que bueno!! enhorabuena!
jeje soy patri, pero seguro que gonza opina lo mismo
Bárbara, sin duda alguna tú nos has demostrado en más de una ocasión que formas parte de los valientes. Espero que te recuperes pronto..
Publicar un comentario