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lunes, 19 de julio de 2010

CAMINO A ALPE D´HUEZ ATRAVESANDO GUADARRAMA (Por Bárbara Gutiérrez Teira)

*nombres de picos o cumbres de Guadarrama

Dicen que los de Madrid somos unos chulos. Yo, la verdad, no lo creo. Podemos pecar de ser excesivamente urbanitas, pero poco más. Incluso diría que somos bastante apátridas. A fin de cuentas, la mayor parte de los madrileños lo somos solo a medias. Nuestros padres o abuelos proceden de otros lugares y nos sentimos un poco como si su tierra fuera un poquito la nuestra. Además, aparte de los callos con garbanzos no tenemos una gastronomía especialmente característica, los vinos tampoco son para deleitarse, y aunque hay algún edificio bonito, la ciudad no tiene un centro histórico o arquitectónico del que sentirse especialmente orgulloso. Tampoco tenemos unos picos de Europa, unas playas de escándalo, o unas fiestas por las que se haya paseado ningún Hemingway. Pero a pesar de ser una provincia que si no fuera por la enormidad y la vida de la capital, pasaría bastante desapercibida, Madrid para mí tiene un punto especial. Y es su Sierra. No tanto por su belleza, aunque creo que la tiene, como por lo que he vivido en esos parajes.

Mis recuerdos más íntimos de la Sierra de Madrid empiezan en mi época de estudiante. Quería ir al monte y no tenía coche ni gente para ir, así que me cogía un autobús en Plaza Castilla que me dejaba en Manzanares el Real, o el Cercanías que me dejaba en Cercedilla. Y desde esos puntos, poco a poco, y pateada a pateada un fin de semana sí y otro también, y a veces los días de clase, empecé a descubrir los rincones de una sierra a la que ya quedé atada creo que para siempre.

Las siete rutas del Valle de la Fuenfría, que yo al final unía en una única senda que me llevaba casi ocho horas, y que finalizaba en la Peñota* desde donde tenía que bajar a capón hasta el pueblo. La Pedriza con el Yelmo* como protagonista, donde más tarde aprendí a rapelar, o su bello y peligroso Hueco de las Hoces, el Collado Cabrón y todos los que le siguen, la Maliciosa*, Cabezas de Hierro*, o la subida por el río Manzanares hasta la Bola del Mundo*. Sin duda un lugar estrella para mí. Tanto que lo elegí como centro de estudio de mi tesis doctoral y para otros trabajos posteriores. Aquí he dejado parte de mi corazón, mi tiempo, muchas horas, risas, lágrimas, un novio, aventuras, algún peligro que otro, y alguna cosa más. También me persigue el Valle de Lozoya, con Peñalara* presidiendo, donde he llegado a pasarme más de cinco horas sentada sin moverme en un mismo punto a pie de una laguna observando el comportamiento de un Anax imperator. La Cuerda Larga*, donde hice mi primera carrera de montaña y casi muero de la pájara que me dio hasta que conseguí llegar al primer avituallamiento, en el kilómetro 18. La sierra pobre, al este, donde trabajé como guarda forestal durante tres años y donde conocí al que es hoy mi mejor amigo, con quien me enfrenté a mi primer incendio y con quien pasaba las tardes de verano de tormenta contando rayos desde la dehesa de Horcajo con los pies en el salpicadero del coche mientras solucionábamos el mundo, o por lo menos nuestras vidas, y con el que sigo quedando para subir picachos como el Mondalindo*, o una vez al año el pico Tres Provincias* en la media maratón de Somosierra, que hacemos sólo para vernos, contarnos nuestras vidas, y decir que aunque tenemos un año más, todavía podemos hacerlo hablando. Inevitablemente siempre llegamos en cola.

Estos montes tienen tanto de mí, que tengo que recurrir a ellos con frecuencia sólo para sentirme mejor. Y no puedo evitar cada vez que cruzo el túnel de Guadarrama, una vez que las estrellas me dicen Bienvenida a Madrid, girar la cabeza a la izquierda para ver de nuevo la ladera sur de la sierra con sus urbanizaciones entre jarales, y poder respirar tranquila y profundamente mientras se me escapa una sonrisa porque ya estoy en casa otra vez.

Con todo esto, era inevitable que antes o después volviera a esta zona para presentarla otra de mis aficiones, la bici. Y ahora era el momento de volver.

Ante mí, la perspectiva en los próximos días de una carrera que promete ser dura, muy dura, sobre todo para alguien acostumbrada a dar pedales en Castilla. El triatlón de Alpe D´Huez. 2,2 km de natación, en un lago que dicen no pasa de 14 grados, 115 km de bici repartidos en tres puertos, siendo el último el mítico Alpe D´Huez, y 22 km de carrera a pie a 2000 metros de altitud y por un terreno que tampoco debe ser ejemplo de planicie. Así que este fin de semana tocaba sesión intensiva de puertos. Y decidí que si había algo que me pudiera ayudar en mi empeño tenía que ser aquello que no me había fallado nunca, y eso sólo podía ser Guadarrama.

Y allí acudí para, en estos dos días, subirme el puerto de Cotos 5 veces, 2 el sábado y 3 el domingo. Y estos dos días, como siempre, la sierra me ha brindado en todo momento su belleza, su apoyo, y el ánimo que necesitaba para permitirme pensar que puedo lograr acabar esa carrera. Cada una de estas cinco veces en las que he cruzado las entrañas de Valsaín, he ido obteniendo todo aquello que, por las circunstancias, iba necesitando; el ánimo constante de todos los ciclistas con los que me cruzaba y que en la última subida me ayudaron a decir, venga un kilómetro más, los pinares del Belga que me dieron la sombra que necesitaba al subir desde Rascafría, los avituallamientos de agua fresca procedente de las entrañas de aquellas moles, y que alguien o algo se aseguró de que estuvieran bien repartidos por toda la ruta, acabar la última cumbre a ritmo del “Butterfies and Hurricanes” de The Muse alentándome con su estribillo “You´ve got to be the best”, la ausencia de coches cuando hacía la última bajada hacia Boca del Asno intentando no tirar de freno más de lo necesario, o el chaval que sin yo pedírselo se ofreció a rellenarme con su agua los bidones cuando ya acababa mi ruta. Como siempre que voy a estos montes, todo parecía haberse puesto de acuerdo para que yo no me tuviera que preocupar más que de disfrutar, y como siempre que voy a estos montes, todo me salió bien.

Ahora, pasada la euforia que me hace sentir esos bosques, no las tengo todas conmigo sobre si seré capaz de acabar esa carrera. Temo no tener fuerzas para finalizar los últimos 15 kilómetros subiendo el Alpe con sus famosas curvas, quizás tenga que bajarme de la bici y subirlas a pie. Tampoco tengo claro que pueda correr los 22 kilómetros posteriores, después de las casi 6 horas de bici que me esperan. Pero esta vez me lo voy a montar de chula, que para eso soy de Madrid, y lo voy a intentar. Y cuando me falten las fuerzas, pensaré en la suerte que tengo de poder estar ahí subiendo uno de los puertos más famosos, el Alpe D´Huez, pero también volveré a mis montañas para buscar la fortaleza que siempre me han dado, y me imaginaré que el Alpe, en mi honor, estará cortejando desde su altura a la Mujer Muerta* para atraerla hacia mí, y que ésta como tantas otras veces me acogerá en su regazo y que en ese momento de debilidad, el uno con el otro se las apañarán para que, como siempre, todo me salga bien, y me darán ese coletazo final que me lanzará por el aire hacia mi cumbre, donde caeré sin daño sobre una cama mullida, como en un Montón de Trigo* a dos mil metros de altitud. Y a partir de ahí, ya estará todo hecho, porque arriba en la cúspide tendré de nuevo todo el paisaje a mis pies, y a esa fiesta se unirá la sonrisa de otro amigo que me ha dicho que me va a estar esperando, y que sé que será el empujón final para ayudarme a cubrir los últimos 22 kilómetros.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Muchos ánimos!

Anónimo dijo...

¡¡¡aupa Bárbara!! esperamos tu crónica. Qué tía!!, que valiente!!!!.
Jose A. Tri Parquesol.

Mauri dijo...

Tienes la fuerza y la decisión necesaria para triunfar.
Las carreras por Parquesol que te has metido a media tarde con todo el calor, también las llevas en las piernas.
Mucho ánimo.

CATALINA dijo...

Muchas gracias a todos!

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