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martes, 19 de octubre de 2010

Crónica de un sentimiento; Challenge Barcelona 2010 (por Bárbara Gutiérrez Teira)

El 3 de octubre debuté en la distancia Ironman, en el Challenge de Barcelona. Desde entonces he recibido varios mensajes y cometarios para que me animase a escribir una crónica. He tardado un tiempo en ponerme a ello, porque no sabía muy bien qué podía contar. ¿Cómo reflejar lo que esta experiencia ha supuesto para mí?

Podría escribir una crónica como las que se leen habitualmente, que en extenso sería algo así como, nervios de madrugada, una natación inevitablemente larga para los que somos malos nadadores, aunque tendría que incluir que curiosa o incluso exótica, por la marea de medusas que nos acompañó todo el trayecto. Hablaría también de la bici, de cómo 6 horas acoplada en uno de los mejores rodajes que recuerdo haber hecho, se me hicieron cortas. Aquí me explayaría en los otros competidores, los adelantamientos, la nutrición, que no pude llevar como tenía planificado o el juego limpio que presencié. Hablaría también de las transiciones, del negrata (dicho con cariño) de dos metros que me sorprendió por detrás para con sus enormes manos untarme de crema la espalda y los hombros mientras me ponía las zapatillas, de las bromas entre las mujeres que coincidimos en la carpa, o del dolor de tripa que empezó en ese momento. Podría hablar de la carrera, kilómetro a kilómetro, contar las más de 15 paradas que tuve que hacer, a veces a cielo abierto, y de cómo aún así, sin comer y quedándome vacía poco a poco, conseguí completar medio a trote medio andando, a veces con sudores y a veces con escalofríos, las cuatro vueltas en 5 horas, y que curiosamente, tampoco se me hicieron largas, a pesar de los pesares. Destacaría sobre todo la animación del pueblo de Calella y sus turistas: impresionante, y la buena organización del evento por parte de la familia Challenge. Y acabaría la crónica desvelando el secreto final, el tiempo total empleado, las 12h48m35s. Pero lo cierto es que no es eso lo que quiero contar. Hoy eso, ya me da igual. Lo que me queda hoy de esas casi 13 horas, poco tiene que ver con lo que allí ocurrió. Lo que me queda hoy es, además del inevitable cambio de percepción de esta distancia, el peso de una experiencia que reafirma, con más intensidad si cabe, quién soy yo, lo que soy y lo que siento.

Es habitual, cuando te metes en estas historias, recibir comentarios, opiniones y miradas de desaprobación y condescendencia por doquier. Por lo general, todo el mundo sabe vivir mejor que tú, y lo que te has propuesto hacer es una auténtica estupidez, una locura, y la verdad, ya te podías dedicar a otras cosas. El que consigue controlar sus opiniones, se muestra más humilde y con los ojos como platos te dice que lo que vas a hacer es una barbaridad, y la conversación acaba siempre con la misma expresión ¡Qué horror!

Cómo me gustaría saber explicar a todos aquellos que nos llaman locos el por qué me apetecía hacer estas cosas, lo que significa, lo que te lleva a forzar el cuerpo un poco más, a sobrepasar los límites razonables. Cómo me gustaría encontrar las palabras adecuadas, pero la verdad me cuesta. Y cuanto más lo pienso más difícil me parece. Me doy cuenta entonces de que es inexplicable. Que la verdad es que no existe una razón. No hay un motivo. Es más sencillo que todo eso. Es, simplemente, un sentimiento. O lo sientes, o no lo sientes. ¿Cómo explicas la alegría, la tristeza o el dolor? No se puede.

Ese sentimiento, el sentimiento de los locos, es un sentimiento que te atrapa, que te droga y que tira de ti con tanta fuerza, que estás dispuesto a sacrificar muchísimas cosas por ello. Es un sentimiento que es mezcla de muchos otros más. Es un sentimiento que va asociado a la carrera, a la gente, a su mundo. Pero sobre todo es la superación de un reto, la satisfacción de que puedes hacerlo, y junto a todo ello, el placer del sufrimiento. Esto es casi lo más difícil de explicar, ¿por qué sufrir tanto? Pues porque en realidad no es sufrimiento, por mucho que nos hayamos empecinado en llamarlo así. Por el contrario, es casi lo que más engancha.

El simple goce que se siente al pasar el tiempo corriendo o recorriendo en bici eternos parajes. Correr durante horas y seguir hasta el anochecer. Atravesar países corriendo. O en bici. Subir puertos, y bajarlos por el otro lado. Esa sensación que produce el correr y pedalear hasta la extenuación. Hasta ese punto donde ya no sientes nada. Donde te tiemblan las piernas y no sabes si vas a poder acabar. Me gusta llegar a casa tan cansada que me cuesta hasta tumbarme. Me gusta no sentir las piernas, los baños de hielo, el agotamiento y su dolor. Esa sensación de que los músculos te van a estallar, pero ¡ay! ¡qué placer que da!

Me gusta el trote largo, muy largo. Aunque sea lento, patético y poco estético. Me gusta pasar así mí tiempo, para pensar, sentir, observar, sufrir. Es un placer, una necesidad, una vía de escape, momentos de felicidad, descubrimientos de lugares y de sensaciones. Sobre todo me excita esa sacudida de libertad que recibes, la alucinación momentánea de que eres absolutamente invencible y de que puedes hacer todo lo que quieras. Qué gozada cuando vas por la costa o por el monte, cuando coges un camino, una carretera, y llegas a un pueblo, y después al siguiente, y si puedo, hasta el siguiente. Y cuando ya crees que vas a parar, decir, venga, que todavía puedes unos minutos más.

Precisamente eso es lo que más me gusta de estas carreras, la parte final. Ese último esfuerzo cuando el cuerpo ya está cansado. Ese decir, venga un poco más. No te pares. Hasta el siguiente avituallamiento. Un poco más. Y ves que puedes, y entonces te creces. Pero no por encima de tus contrincantes, te creces por encima de ti mismo, de lo que eres, de lo que siempre has sido. En ese momento, eres más que todo eso.

Y es que en estas carreras largas, como la del otro día en Barcelona, o como hace unos meses en Alpe D´Huez, tus rivales no lo son tanto. Sí, son tus contrincantes, pero también son tus entrenadores y tus animadores. Son tus compañeros y tus colegas. Son ellos los que, cuando menos te lo esperas, te ponen la mano en la espalda para decirte jadeando mientas te adelantan, que vas de puta madre, y que ya queda menos, y que ya está hecho, y que eres una máquina. Aunque vayas en la cola y a rastras. Son carreras llenas de nuevos amigos que te lanzan miradas de apoyo, sonrisas y dedos apuntando al cielo en cada cruce. Sus palabras de ánimo, cuando ellos casi ni siquiera pueden andar, retumban por encima de las de los espectadores. Y también incluso se descubre al final la complicidad entre las mujeres, aunque todas sabemos que en el fondo nos está reconcomiendo esa competitividad puñetera femenina que llevamos dentro. Son jornadas donde hasta el primero sabe que llegar es lo que vale. Son carreras en las que todos somos las estrellas, todos somos ganadores. En realidad, si lo piensas bien, el Ironman es una fiesta.

Puede sonar prepotente, pero es así, el Ironman es lo menos duro del proceso. Es sólo un día más de entre los muchos que llevas dándole vueltas a la carrera. Un día en el que, por primera vez desde hace meses, tu cuerpo está descansado, tus músculos están a tope pero frescos, y tu espíritu está en un estado de exaltación tal, que se ve capaz de superar cualquier cosa. Tienes el mejor ambiente que puede haber para enfrentarte a algo así. Más de mil triatletas que sienten como tú, que viven, sueñan, piensan y sufren como tú, que saben por lo que has pasado para estar ahí. Gente que sabe que ese día va a ver cumplido un sueño. Todos ellos cargados de una energía positiva y brutal, que se concentra, te envuelve y te arrastra para que en ningún momento te sientas vencido, ni aparezca el miedo o las dudas. Si has hecho bien tus deberes, si has sufrido antes, si te has dejado la piel en los entrenamientos durante los meses previos, el Ironman es la fiesta de fin curso. Es el día del botellón, de la borrachera, de la juerga y de la diversión. Puede no salir bien. De hecho, muchas veces así ocurre. Son muchas horas y llevas al cuerpo a extremos para los que no está preparado de forma natural. Hay muchas posibilidades de estallar, de rendirse antes de que la distancia se rinda ante ti. Todo puede ocurrir. Pero es una fiesta, y a fin de cuentas, ¿no ocurre eso en todas las fiestas?

Tengo 37 años y este ha sido mi primer año en algo que podría llamarse “la larga distancia”. Y ahora, mirando hacia atrás en el tiempo, me doy cuenta que, en todos los años en los que he hecho deporte, la mayor parte de ellos a mi aire, sin seguir entrenos, sin tener objetivos, siempre buscaba lo mismo: Cuando corría, si podía, llegaba a hacer rodajes eternos, que llegaron en alguna ocasión hasta las 2h30, simplemente por el placer que me suponía. Cuando me iba al monte, unía varias sendas en una para estar desde que salía el sol hasta que se metía pateando. Ya incluso a los 14 años, recuerdo ir a la piscina y hacer, de mala manera, 100 largos porque sí, o correr descalza por la playa tandas de una hora. Cuando descubrí el triatlón, hace apenas tres años, en seguida supe que quería hacer su distancia estrella, el Ironman. Sabía que tenía que aprender, y que tenía que modificar y acostumbrar mi cuerpo para poder enfrentarme a ello. Que tenía que esperar, ir poco a poco, empezar desde abajo con las distancias más cortas, y escalón a escalón llegar al objetivo. Este tercer año ya no podía esperar más. Elegí un entrenador que había llamado mi atención desde el principio, y con su ayuda y con el trabajo diario duro que supone esta disciplina, hoy, finalizada ya la temporada, siento que tal y como siempre había intuido, yo soy de larga distancia mucho más que de otra cosa. Nunca seré buena, nunca llegaré a destacar, pero mi cuerpo, mi mente y mi espíritu están hechos para ese “sufrimiento”. Hoy, mirando mi recorrido de los últimos tres años creo que lo hice bien, y tengo la certeza de que no me equivoqué. En nada.

***

Por mucho que esto sea de sentimientos y de entrenos largos en soledad, lo cierto es uno no está nunca solo cuando se enfrasca en una cosa de estas.

A mi lado he tenido a muchos miembros del Tripi, que me han estado dando ánimos a lo largo de estos meses, y sobre todo los últimos días. Muy en especial Anita y Pedrito, aunque de vez en cuando tuviese que aguantarle la cantinela ¡pero qué distancias Mari Bárbara, qué tarea!

También un montón de amigos, que de igual forma me bombardearon con mensajes y llamadas los días y las horas antes para darme ánimos, o la semana posterior sólo para dar la enhorabuena y preguntar qué tal. Muchos de ellos siendo incluso de los que no comprenden el por qué. También mis hermanos estuvieron conectados y dando aliento (bo-li-gra-fo; ellos ya entienden). De verdad, que no os podéis hacer a la idea de lo que esas llamadas y mensajes suponen. No creo que el mejor solomillo de Irún tenga tanto efecto.

Y por supuesto a los cerebros, los coaches:

Los acuáticos, Nacho Hernandez al principio y Fernando Zarzosa después: Lo siento, en el agua no doy para más, no es culpa vuestra.

Con el que empecé en esto de los entrenamientos “serios”, y me puso en ruta y estuvo conmigo hasta principios de año, Jose Augusto S. J. Herguedas.

Pero sobre todo, el que ha sido mi entrenador los últimos meses, y fundamentalmente toda la temporada de “larga”, Clemente Alonso. De las 12h48m35, 6h24m17s50c son suyos. Clemente me ha guiado semana tras semana, con lo que considero mucha cabeza, dedicación y respeto. Durante estos meses me ha llevado de la mano con unos entrenos bien planificados y adecuados a mis objetivos y posibilidades, con consejos y recomendaciones de todo tipo, ha escuchado mis opiniones y contestado mis dudas cuando se las presentaba, y en ocasiones ha aguantado unos correos que ni yo misma me creo capaz de haber escrito. La verdad, sólo le ha faltado decirme con que pijamita me convenía dormir la noche anterior como última recomendación para llevarme hasta mi objetivo final. Cuando empezamos mi objetivo era simplemente acabar. Lo que tenía claro es que quería hacerlo sin lesionarme y, aunque sabía que el sufrimiento estaba garantizado, quería que fuese ese sufrimiento que te hace entrar en meta, dolorido, pero con una sonrisa en la cara y con ganas de repetir. Objetivo cumplido. De hecho, aún no había acabado el maratón, y ya estaba cavilando cuál iba a ser el siguiente, cuál iba a ser el primer Ironman del 2011, con el que me iba a resarcir de tanta parada. Por todo su esfuerzo y ayuda, ¡mil gracias!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡qué tarea!

¡Menuda cantidad de líneas y letras que hay en esta entrada!

La voy a dejar para otro momento.
;-)

phggmail dijo...

¡Superior!

Anónimo dijo...

Genial Barbara, asi que ya sabes para el proximo añito otro que cae. Como ya te he dicho el IRONCAT tiene un ambiente super familiar y nada caro , este año quiero repetir y para finales de año David y yo tenemos un planazo en el extranjero (algo caro por cierto).
Son sentiminetos que entido perfectamente y mas siendo un triatleta de la zona de Castilla mas profunda com es la Tierra de Campos.
Como dirian los Celtas Cortos "nos vemos en los bares", en nuestro caso en las pruebas de larga.

David Lázaro Delgado dijo...

Enhorabuena otra vez Bárbara, no solo por tu IM sino por lo bien que lo cuentas.
Como dices, tal vez nunca llegues a ser buena, pero te aseguro que si sigues así algún día destacarás y estarás delante en estás carreras. Entonces el gusanillo se tranforma y se convierte una adicción.
Un abrazo.

David Lázaro Delgado.

Anónimo dijo...

Es todo un placer leer tus narraciones.
Enhorabuena por la carrera.
David PKT

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