La
experiencia era nueva para mí y todas teníamos un reto por delante. Con un
equipo un pelín descompensado, el deber era ajustar ritmos entre todas después
de no haber entrenado nada en grupo. Para sorpresa, no fue complicado, nos
adaptamos y nos entendimos rápidamente y a la perfección.
El reloj marcó
las 16:13 tan rápido que olvidé de repente lo larga que se me había
hecho la mañana de espera en casa. Queríamos salir suave para no tener que
pagarlo más tarde, pero fue imposible. Con Virginia Gascón y Virginia Rodríguez
a mi lado impusimos un ritmo por debajo de 5 min/km que no
supimos mantener. Bego nos iba frenando y recordando lo largo que era
esto - ¡y qué razón tenía! -.
Durante las dos vueltas a un
circuito de 2,5km urbanos, íbamos viendo como la gente aledaña nos animaba
desde las terrazas de los bares, como si de palcos VIP se tratara. Finalizamos
en aproximadamente 26 minutos, no sin perder de vista a nuestro equipo
perseguidor: el Athomsport a quien conseguimos dar caza y pasar para ponernos
terceras.
De ahí rápidamente a la transición
y toda vez que nos montamos en la bicicleta y empezamos a pedalear fue cuando
comenzó mi calvario. Mentiría si dijera que en ningún momento se me pasó
por la cabeza frenar, bajarme y perder a las demás en la distancia. El
viento en contra consiguió que por primera vez maldijera estar montada en una
bicicleta. Pero me sobrepuse al maldito aire y pensé en la suerte de estar
compitiendo en equipo, mirando a mi alrededor y viendo como conseguíamos sacar
la carrera adelante con ánimos entre nosotras. Pedaleaba todo lo que podía,
pero las piernas no me daban par más, duras como el hormigón me impedían
avanzar a una velocidad decente, pero ahí seguía, luchando contra mis malos
pensamientos y sacando orgullo con tesón.
Fotografía de David Jiménez Cueto - https://www.facebook.com/ddavidjc |
Fue toda una alegría dar la
vuelta, pero quienes más me lo agradecieron fueron mis piernas. El viento a
favor nos permitió alcanzar los 40-45km/h, había que compensar la ida
de alguna forma y nos emocionamos tanto que hasta hubo algún que otro cántico
que nos amenizó el camino, con Begoña a la cabeza demostrando sus dotes como
profesora de spinning - ¡No cambiéis de piñón en esa cuesta!, - ¡todavía no
quitéis el plato!, - ¡Vamos chicas, que esto ya está! Y sí, ya estaba
porque unos minutos más tarde ya teníamos las zapatillas puestas pisando
de nuevo suelo medinense. Ya no podíamos salir fuerte y por supuesto, llevar un
ritmo alegre era impensable, sin embargo, sin descomponernos supimos
mantenernos en grupo.
Zancada tras zancada, íbamos avanzando,
pero Susana comenzó a rezagarse y no podíamos permitir perderla por el camino.
Empujé de ella unos metros, hasta que volvimos a entrar en la calle que nos
guiaba a la meta. Y así llegó, ahí nos estaba esperando en la misma
plaza de la salida, con todos los tripis que ya habían hecho lo propio minutos
antes. Un abrazo en grupo, unas cuantas sonrisas y otras tantas miradas de
felicidad después pudimos verificar que sí, que lo habíamos conseguido.
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