Estoy rendido. Acabo de participar en la
décimo tercera San Silvestre seguida y apenas estamos a 22 de diciembre. Esto
se me va de las manos.
Me tapo con el nórdico, con la colcha y me
quedo dormido enseguida. Apenas han pasado unos minutos cuando despierto
asustado:
"-Sígueme
Scrooge- me dice una figura onírica vestida de rosa.-Soy el espíritu de los triatlones futuros. Te quiero mostrar
algo".
Estamos flotando a unos 25 metros sobre la
superficie terrestre. El ente me sujeta de la mano. Abajo, cerca de doscientos
triatletas nadan agolpados en un lago. Uno de ellos no para de tener
contratiempos. Su traje de neopreno está lleno de piteras. Varios participantes
le pasan por encima. Un juez le saca una tarjeta amarilla. Sus gafas están
empañadas. Cuando llega a la boya, en última posición, ésta, en una sacudida de
aire, le golpea el rostro. Sale del agua y puedo ver con claridad su gorro con
el número 13. Le cuelgan los mocos y el público, entusiasta hasta hace unos
momentos, ahora, tuerce asqueado el rostro. Al pisar la alfombra con los
pies descalzos todos los presentes arrojan pequeñas piedras que laceran sus
plantas de los pies. Dejando un rastro de sangre se calza las zapatillas de la
bici. Se pone el dorsal y debajo del 13 está mi nombre "Scrooge". El fantasma de los
triatlones futuros me aprieta la mano:
"-¿Te
acuerdas cuando pediste ese ribera del Duero? Y ese día que fuiste a cenar al
restaurante de Sixto, ¿lo has olvidado? Y cuando compraste ese filtro de aceite
y la piscina hinchable en los chinos? Pero mira....-continúa".
Mi yo futuro monta en la bici y resbala ante el despiporre general. Me mancho el mono con la cadena de la bici. El cambio se rompe y hago todo el circuito con el piñón grande. Creo que doy 3200 pedaladas más que el primero. Al bajar de la bici me vuelvo a caer. Me pongo las zapatillas de correr y la plantilla de ambas se arruga. Tropiezo y, de nuevo por el suelo, arrastro a uno de los jueces conmigo. Completo toda la carrera pisando ocho cacas de perro y en la meta me espera mi señora. Ahora tiene bigote y verrugas. Al lado está mi hijo. En su camiseta hay una expresión en la que pone "haiga". Mi mujer, entre collejas, protesta:
Mi yo futuro monta en la bici y resbala ante el despiporre general. Me mancho el mono con la cadena de la bici. El cambio se rompe y hago todo el circuito con el piñón grande. Creo que doy 3200 pedaladas más que el primero. Al bajar de la bici me vuelvo a caer. Me pongo las zapatillas de correr y la plantilla de ambas se arruga. Tropiezo y, de nuevo por el suelo, arrastro a uno de los jueces conmigo. Completo toda la carrera pisando ocho cacas de perro y en la meta me espera mi señora. Ahora tiene bigote y verrugas. Al lado está mi hijo. En su camiseta hay una expresión en la que pone "haiga". Mi mujer, entre collejas, protesta:
"-¡La
última carrera! Y mañana pintas el salón-."
El fantasma de los triatlones futuros limpia
un lagrimón que cae por mi mejilla y me da un abrazo:
"-Solo
tú puedes cambiarlo... cambiarlo.... cambiarlo.... cambiarlo....".
Me suelta y comienzo a caer. Una sacudida
recorre mi interior. Me quedo sin aire. El suelo se está acercando. Un grito de
terror intenta salir de mi garganta pero la ausencia de aire lo impide. El
contacto es inminente y..... (cambiarlo...
cambiarlo... cambiarlo...)
Despierto sobresaltado y bañado en un sudor
frío. Mi corazón late acelerado y estoy hiperventilando. Todo está oscuro pero
puedo ver algo a los pies de la cama: un gorro de baño con un número: el trece.
Hace casi una semana de la visita. (cambiarlo... cambiarlo... cambiarlo...)
Todo es bien diferente ahora (cambiarlo...
cambiarlo... cambiarlo...) El gorro con el trece me recuerda dónde tengo
que ir a por las escobillas del limpiaparabrisas. Ya casi estoy en la calle
García Lesmes y veo el rótulo de AutoMundo,
probablemente la mejor tienda de repuestos para tu automóvil (cambiarlo... cambiarlo... cambiarlo...)
Después de la mejor de las atenciones, Félix hace una pausa y me acompaña hasta
el VinoTinto. Mientras nos metemos
unos pinchos exquisitos, de los mejores de Valladolid, con un Terra d'Uro, un vino de Toro sacado
desde el mismo corazón de la tierra, Félix me cuenta que ha llevado su bici al taller de Ferralla Gerardo León y que
le han dejado el cuadro como nuevo con sus impresionantes máquinas de electro
soldadura (cambiarlo... cambiarlo...
cambiarlo...) Félix vuelve al tajo:
“-
Bueno, Nos vemos en la cena del club. ¿Dónde es?-pregunto-.
-¿Dónde
va a ser? En el mejor sitio posible: Donde los platos más ricos-se le están poniendo los dientes largos-. En el restaurante con el ambiente más
acogedor. Allí donde te sientes como en tu casa. En el Restaurante Piedras Negras. ¡Qué
cena nos espera!
(cambiarlo...
cambiarlo... cambiarlo...)
Cuando creo que ya nada puede ir mejor,
aparece el guaje. Quiere aclarar una duda:
"-Papá,
haya es con h, ¿no?-".
Henchido de orgullo asiento y le digo que
pegue un par de brincos más en los hinchables de Alejop. Él me contesta que sería feliz pegando saltos allí toda la
vida y no tengo ninguna duda al respecto pero hay que irse. Tengo que pagar la
cuota del Tripi de este año. Probablemente
el club más rosa.
A qué esperáis, soldados. Elegid bien vuestro
equipo. Si no quieres malos rollos apuesta a caballo ganador: Tripi. Si la vida
te va mal… (cambiarlo... cambiarlo...
cambiarlo...) Pues… de ti depende.
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