Ironman de As Pontes por Fernando Ortega
Lo primero de todo, antes
de meterme de lleno con la crónica en sí, es dedicar este logro
personal a todas esas personas de mi entorno, las cuales me han
estado dando su apoyo incondicional, me han soportado los últimos
seis meses y han sufrido las ausencias tanto familiares como
laborales. A ellos, porque solo por ellos he podido conseguir este
reto, les quiero dedicar estas líneas. A mi mujer, a mi hermano y a
mi sobrino, causante de este entuerto: “GRACIAS”.
Todo empieza como un
germen dentro de mi cabeza que poco a poco va ganando en volumen e
intensidad: Correr un Iron Man. Desde el respeto a las distancias lo
veía como algo inafrontable e inaccesible, pero también con la cosa
de “¿y por qué no?”; así que me dije “ahora o nunca”; me
lié la manta a la cabeza y …. Tras más de seis meses de
preparación (quizás esto sea lo más exigente de la prueba, tal vez
más que la propia carrera en sí), nos presentamos en As Pontes tres
Tripis y un arandino, curtido en estos eventos.
La prueba pinta bonita.
Hay una buena organización. El recorrido es bello y no menos lo son
nuestras respectivas sufridoras que no han dudado en acompañarnos.
Día D. 5 a.m. Nos
levantamos. No ha hacho falta esperar a que suene el despertador,
apenas he pegado ojo en toda la noche, los nervios están a flor de
piel. Tras un desayuno copioso nos acercamos hacia la salida. Ésta
está situada en un sitio precioso, en una antigua mina a cielo
abierto la cual ha sido anegada con millones de litros de agua, hay
zonas con cerca de 200 metros de profundidad y tiene una extensión
enorme.
Cámara de llamadas en el
box, frente a la bicicleta. Nos vamos a la línea de salida. La gente
empieza como si después de varias brazadas finalizase el segmento de
natación. Llego a la primera boya y giro a la izquierda con
muchísimo tráfico, hora punta. Después de defenderse uno como
buenamente puede encaro una recta de unos 750 metros y llego a un
nuevo giro, también hora punta aunque ya llueve menos. Salimos del
agua, andamos por la playa y otra vez a la mina. Acabo, llego al box
y veo que hay muchas bicis. No me lo puedo creer, si yo en el agua
“na de na”.
Segmento de bici. De
salida afrontamos una subida continuada de unos tres kms a un 6%,
pero esto no era lo peor, lo malo era el viento. Fue creciendo a
medida que se vaciaban nuestras fuerzas, haciendo de este sector un
auténtico muro. La experiencia que da los años dando pedales por
los páramos de los Torozos prestaron mucha ayuda y la batalla contra
el dios Eolo fue quedando en un desgaste continuo pero no total. No
era necesario ir a tope, lo importante era consumir kilómetros sin
descuidar la comida y menos aún la hidratación.
Maratón. Última
encerrona. A tan solo 1’5 kms había un muro que tendríamos que
afrontar tres veces, tantas como vueltas tenía el circuito. El
camino era de tierra y piedras, con constantes toboganes, sin sombra,
con un calor insufrible y al ir bordeando el lago la humedad se
disparaba. Mi objetivo era NO andar para conseguir regularidad.
Solamente paré en los avituallamientos para beber. Ya en el km 37
tuve una amago de parar pero … lo dicho “si camino no corro”.
Cuando quedaba 1’5 kms para finalizar pregunté a un individuo la
hora. Me dijo que eran las siete y que iba muy bien. -Pues ¿cómo
irán los demás?- me dije. Iba muerto. Debo de ser el primer
finisher sin reloj. Murió la noche anterior y corrí sin él, sin
tiempos, ni parciales. Aunque era sumergible el pobre se me llenó de
agua, se ahogó.
Cuando por fin divisé el
arco de meta, me dije:- Fernando, se acabó.- Me entraron unas ganas
de llorar que aún, ahora, me emocionan. Me abracé a mi mujer y
solo pude balbucear: “-Se acabó, Yoli. Se acabó.”
En resumen: 12 horas y 8
minutos que se han convertido en una experiencia irrepetible, dura y
preciosa. Todo ello aderezado con la compañía de los otros: Marcos
Lobo, Rafa Becerro y Luis Ángel,
que sin sus consejos no hubiera podido ser FINISHER, y de las otras:
Nieves, Susana y Yoli, que no pararon de animarnos.
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